martes, 18 de octubre de 2011

Libros de texto

Hoy hemos tenido una reunión en el cole con los tutores para que nos contasen la planificación de este curso. Como ya es el tercer año, casi no me sorprendo con nada... pero sólo casi. Una vez más me he sentido un perro verde cuando una madre ha discutido con el director sobre la necesidad de los libros de texto. Mientras el director intentaba argumentar que un buen profesor no necesita un libro porque
sabe qué tiene que contar y cómo contarlo y en qué materiales apoyarse para cada cosa, la madre insistía. Los argumentos eran del estilo de que si el niño cambiaba de colegio, menudo lío si no sabía lo que tenía que saber. O que si había que repasar algo, que cómo se lo iba a repasar si no había un libro.

Yo no salía de mi asombro porque los libros de los que hablamos son esos de los que os conté hace poco que se parecen mucho a los que se compran en los chinos y que pone en la portada "Diviértete y colorea", solo que con más hojas y de a 100 Euros. Y más me asombra aún porque hablamos de niños de tercero de Infantil, que tienen que aprender cosas como "autonomía personal" (es decir, ir al baño solos, lavarse las manos...), o "conocimiento del entorno" (es decir, la casa, los transportes, las profesiones...). Esencialmente, el currículum que tienen que seguir es algo así como todas aquellas cosas que aprenderían si vivieran en la sociedad pero que, como están en el cole, no lo ven. Si mi hijo me hubiera acompañado esta mañana en lugar de irse al cole, habría visto un atasco (lleno de vehículos de distintos tipos), habría distinguido la profesión de pediatra (que revisó a su hermana) de la de enfermera (que le puso las vacunas), habría ido a un cajero y seguramente habríamos discutido de dónde viene el dinero que yo saco ahí, habría vuelto al atasco (el camino de vuelta pasa por la estación del tren, que también da mucho juego), y habría colaborado en la preparación de la comida (donde se estudia el tema de pesos y medidas y algo de química básica) o me habría acompañado a una reunión (paseito hasta la universidad y niño sé educado y saluda y contesta cuando te pregunten).

Efectivamente, la labor de un profesor de Infantil es complicada porque tiene que contar la vida pero enlatada: Tiene que hablar de animales domésticos sin ver ni tocar uno. Tiene que enseñar fotos de camiones que no se mueven ni hacen ruidos. Y tiene que explicar en frío qué es una báscula y para qué se usa. De acuerdo. Les hemos dejado el encargo de explicarles a los niños lo que sucede en el mundo cuando ellos no lo ven. Pero ¿esta madre realmente cree que no pueden hacerlo sin un libro de texto? Una vez más, estoy de acuerdo con mi director -qué alegría me da decir eso-. Un buen profesor es el que puede dar clase sin libro. Pero un gran profesor es aquel al que el libro le molesta para dar clase.

lunes, 17 de octubre de 2011

Bolonia (I) (o la escuelización de la universidad)

Seré previsora y pondré un I a esta entrada, porque esto de Bolonia puede que me dé más de sí en adelante.

Me vengo preguntando desde que sonaban las campanas Boloñesas en la universidad si no estamos evitando que los universitarios maduren. La teórica es que en Bolonia tenemos menos horas de clase (lo que se llama ahora presencialidad) y que el alumno trabaja más por su cuenta (no presencialidad). La contabilidad no es fácil, porque uno sabe las horas que está cada alumno en clase, pero no puede saber cuántas dedica a trabajar cuando sale por la puerta. A los profesores se nos pide que midamos cuánto debe dedicar el alumno a estudiar por cada hora de las que impartimos.

Teniendo en cuenta que todos los profesores nos conocemos ya el terreno, sabemos que no tiene mucho sentido pedir a los alumnos que se preparen algo antes de venir a clase para trabajarlo juntos porque no lo hacen. O lo hacen sólo 5 y no se puede trabajar sólo con esos 5 y dejar a los 55 restantes como "fracaso escolar" (porque entonces lo llama a uno el vicerrector de turno pidiendo las explicaciones pertinentes). Hasta donde llevo visto, esto de Bolonia se ha convertido en que nos han quitado tiempos en clase para hacer ejercicios y vamos como motos en la teoría. Mis clases de antiguamente (de hará unos 6 meses) eran dinámicas, siempre con papel sucio cerca, buscando la participación de los alumnos, con ejercicios elegidos para motivar la teoría... vamos, lo que me habían dicho que tenía que ser una clase antes de Bolonia. Mis clases de ahora son lecciones magistrales seguidas de un chorro de "esto os lo tenéis que mirar", "esto lo tenéis que practicar", "esto está bien en tal libro"... Pero que sé que no harán. Igual que no se prepararían los temas antes de verlos para poder dedicar la clase a aclarar detalles y hacer ejercicios, tampoco se los prepararán una vez vistos en clase. Porque, digan lo que digan, la mayoría de los chicos no tiene la madurez necesaria para hacer esto (y no, no voy a entrar hoy en el trapo de que llevan 15 años teniendo deberes en el cole para "crear la rutina". Ni la tenían, ni la tienen.)

El camino que muchísimos de mis compañeros está siguiendo es el de la evaluación constante. No debemos confundir esto con la evaluación contínua, que podría tener su gracia si el grupo fuera de 20 en lugar de 60 u 80. Hablo exámenes cada quince días. O cada semana. Constantemente. En lugar de aclarar dudas, resolver ejercicios o exponer materia, dedican sus horas de clase a hacer exámenes. Luego, en el despacho, en lugar de buscar bibliografía, retocar las relaciones de problemas o preparar prácticas de laboratorio, corrigen. Todo el santo día evaluando y corrigiendo. Y también están los que evalúan los deberes. Esta es mejor aún porque definitivamente entiende al alumno y a su reciente pasado en el instituto: me lo cuentas, me mandas deberes, los hago (o no) solo (o no), me lo sumas en la evaluación contínua esa que vale un 40% de la nota, y con un puntito en el examen estoy listo. Eso si no me das un punto por asistencia, que venir a clase tiene algunas veces premio.

Y así las cosas, yo me pregunto si no estaremos haciendo una panda de inmaduros como la copa de un pino... o de un pinar, que muchos son los universitarios de este país. Mire usted: para ser ingeniero de X, hay que saber estas 250 cosas. Y para que usted se las aprenda, le voy a poner un aula, y un profesor, y la luz y la calefacción, una pizarra, baño, y cafetería. Una biblioteca con muchos libros y un cañón en el aula y un laboratorio. Un servicio de deportes y bastantes becas, y le voy a dar a usted salas de estudio y bedeles que las abren y las cierran. Le pondré horas de tutoría y un horario de sólo mañana o sólo tarde, procurando que los viernes no haya teorías (por aquello de la resaca del jueves noche), y un tribunal de compensación por si el profe le tomó manía a usted o usted a la asignatura. Pero el chiquito no tenía bastante con eso (que era lo que había hasta hace un par de años). No. Para hacerse ingeniero necesitaba que el profesor lo tomara de la mano, le pusiera deberes, los corrigiera y le diera la palmadita en la espalda por haber mejorado. Y si sólo aprende 200 cosas en vez de 250, ya veremos cómo buscar el profesor responsable de no haberlo motivado. Eso sí, el chico será ingeniero. Y que dios ampare al que cruce por sus puentes, porque podría ser que el aprobado de estructuras fuera "por compensación".

¿Era esto lo que buscaba Bolonia, o los de didáctica nos la han vuelto a colar?

martes, 4 de octubre de 2011

Círculo virtuoso (o mi ONG)

Creo que no he hablado aquí aún de lo que yo llamo "mi ONG". Se trata de un "taller de enriquecimiento extracurricular" que doy en el cole de mi barrio. Traduciendo los palabros, es una horita cada quince días en la que me voy al cole a jugar con los niños que destacan en sus clases. Si bien el primer año empecé solita y con 4 niños (el cole es nuevo y sólo había hasta 3o de Primaria), al crecer el grupo entró a colaborar conmigo una profesora del cole. La una con la otra, aprendiendo las dos de las dos y ambas de los niños, seguimos avanzando con nuevas ideas y juegos. Solemos empezar con una historia de detectives en la que tienen que averiguar qué pasó, con juegos de preguntas y respuestas o con otros ejercicios de creatividad y más bien verbales en los que participa todo el grupo (ahora 10 niños de 6 a 10 años). Luego, cada chaval elige un juego de la maleta que llevo conmigo y pasan el resto de la hora jugando. Los juegos son fundamentalmente de estrategia, de lógica, de pensar y varios son solitarios. En los solitarios, sólo les pedimos que intenten concentrarse y dedicarse a ellos durante cierto tiempo (que varía dependiendo del chaval, claro). En los que son por parejas, procuramos que formen equipos para que tengan que hablar entre ellos y así verbalicen la estrategia que quieren seguir. En cualquier caso, está prohibido chulearse de cuántos solitarios ha resuelto uno o cuántas partidas ganó otro. Me gustaría enseñarles a perder con dignidad y a ganar con humildad.

El año pasado hicimos una fiesta de fin de curso donde niños, padres y hermanos pudieron jugar mientras merendábamos todos juntos. Al principio, pedí a los niños que les enseñasen a sus padres y hermanos a jugar a lo que a ellos más les gustaba de lo que tenemos en el taller. Al rato tenía a una de las hermanitas (4 años) pidiéndome que le revisara un solitario antes de pasar al siguiente nivel; un grupo de niños jugando con un par de padres (que no eran suyos); y un grupo de padres (sin niños) totalmente enganchados con el SET. Durante algo más de dos horas, más de 20 personas estuvieron disfrutando de aprender, de poner el cerebro en marcha, de enfrentarse a algo difícil. De lo que yo disfruté fue de ver a los (mis) niños haciendo de maestros de los padres y hermanos, explicando reglas y ganándoles unas cuantas partidas. Los (mis) niños estaban contagiando a otros el placer de enfrentarse a un reto nuevo, de desarrollar una estrategia, de memorizar unas reglas, de respetar unos turnos, de perder con dignidad y ganar con humildad.

Hace un par de semanas he ido al cole. Habíamos convocado a los profes que se quisieran ofrecer voluntarios para ayudarnos. Esperaba encontrarme con uno o dos profes además de mi colega del año pasado. La sorpresa vino cuando en la sala empezó a entrar gente y más gente. Y me encontré con que 8 personas se preparaban para organizar turnos a ver quién venía qué semana. Y empezaron a discutir cómo se podían hacer algunos de los juegos con otros materiales más fáciles de manipular. Y pidieron llevarse juegos para ir aprendiendo a jugar con ellos. ¡Y me vaciaron la caja!

Esta semana ha salido la circular para los padres recordándoles que empezamos en Octubre el taller y que son bienvenidos siempre que quieran jugar con nosotros. Una de las madres ya me dijo el año pasado que contase con ella para ayudar en las sesiones. De las dos que he visto hoy, ya tengo otra oferta  de colaboración.

Aprovecho esta entrada para dar las gracias a esos maestros y a esas madres y, sobre todo a los (mis) niños. Por contagiarlos. Por traerlos a este círculo virtuoso donde nos vamos motivando con el brillo de sus ojos ante un reto.