miércoles, 29 de septiembre de 2010

Deberes I

Érase una vez un niño de 7 años que salía los martes a las 17:00 del cole. Supongamos que dedica una hora a la actividad extraescolar de su elección (o la de sus padres, que no llegan a tiempo a recogerlo si no está ocupado hasta las 18:00). En 30 minutos llega a casa. En 30 minutos merienda. Durante 30 minutos remolonea mientras escucha la cantinela: "¿Qué deberes tienes? ¿es mucho? ¿de qué tienes examen? Venga, saca los libros, que se nos hace tarde." Son las siete, o las siete y media. Hace doce horas que se levantó (o que llegó al cole porque va a madrugadores). Tanto él como sus padres están cansados. Lentamente abre el libro de mates y muestra siete sumas. Ni más ni menos difíciles que las que ha hecho por la mañana en clase. Similares a las de los últimos 4 días. Similares a las que hará mañana en clase de matemáticas. De mala gana, comienza a contar con los dedos. Quizás hace las dos primeras. En la tercera ya hay algún error que el padre borra rápidamente. Le pide que se concentre. Con cierto esfuerzo, termina ésta. Y ya se va calentando el ambiente: "Vamos, hombre, que tengo que preparar la cena, que llevas media hora para esto, que son cinco minutos, que aún nos queda por repasar el examen de ciencias, que te concentres." En un intento desesperado por ayudar al niño y acabar con la tortura de ambos, lo anima: "¡si tú esto lo sabes hacer!". Ni el padre ni el niño se paran para hacerse la pregunta del millón: Si ya lo sabe, ¿por qué se lo han puesto como deberes?

Entre los numerosos mitos de los deberes, se dan por ciertos fundamentalmente dos: (1) que los niños tienen que repasar los conceptos aprendidos en el cole para afianzarlos y (2) que les crea un hábito de estudio. Son las "verdades" de partida por las que estamos dispuestos a sacrificar nuestro tiempo y el de nuestros hijos. De hecho, sacrificaremos casi el único tiempo que tenemos entre semana para estar con ellos porque, al acabar los deberes, viene baño-cena-pijama. Y hasta mañana a madrugadores corre-desayuna-ponte-la-chaqueta-sube-al-coche.

Y digo mitos y pongo verdades entre comillas porque en una búsqueda hace dos años de la ciencia detrás de estas dos afirmaciones, leí el libro "The Homework Myth. Why our kids get too much of a bad thing." De Alfie Kohn. El libro me resultó difícil de leer y me quedó la sensación de que repetía demasiado algunas ideas. Lo que sí que le concedo es muchísimo rigor y una muy buena documentación (alrededor de 200 referencias a estudios, artículos e informes sobre los efectos de los deberes).

Dejaré para otro día la cuestión primera, sobre el repaso de los conceptos, y me centraré en la segunda: "Los deberes sirven para crear un hábito de estudio". En mi trabajo, veo el salto al vacío de los chavales que pasan de los deberes a diario y los controles contínuos de sus conocimientos, al "venga usted en Febrero y demuéstreme que ha asimilado estos conceptos". Nunca, (repito) Nunca, he podido distinguir al alumno que viene de un colegio de 2 ó 3h/día de deberes (esos colegios considerados "duros" o "que aprietan"), del alumno que tuvo pocos deberes o menos controles. La responsabilidad del alumno para intentar seguir la materia o trabajarla por su cuenta no está relacionada con la cantidad de deberes que hizo en los años anteriores. No se ha implantado esa rutina. Ésta era mi observación personal y me preguntaba de dónde había salido la idea contraria. La misma pregunta se plantea en el libro y, curiosamente, la respuesta es que no existe ningún estudio fiable y contrastable que valide esa afirmación. ¡Nadie sabe si es cierto o no! ¿Pero todos los creemos firmemente?

Me pregunto si habrá algún niño que, forzado a hacer deberes desde tercero, pida los sábados que le pongan unos poquitos más. Y los domingos. Y en verano. Es como si pensáramos que por darle un martillazo en los dedos cada noche, pudiéramos crear esa "rutina" en la que el niño va a pedir el martillo por sí mismo cuando sea mayor. Que lo va a echar de menos.

He resaltado en el párrafo anterior la palabra forzado. Porque no quiero saltarme un matiz fundamental: Cuando un niño descubre el placer de aprender, esa rutina sí que va a echarla de menos. Claro que hay niños que piden aprender más. Pero no piden más de lo mismo. Piden un reto nuevo. Y entonces es fantástico que en casa sigan aprendiendo. Como las propias palabras indican, deberes o tareas (o homework), son cosas que uno simplemente debe hacer porque tiene que hacerlas. Yo estaría a favor de un colegio en el que los niños salieran por las tardes con aprenderes. Cada mañana el profesor preguntaría a los niños qué aprendieron la tarde anterior. Los pequeñitos podrían traer la historia de un niño que compartió el cubo en el parque o la receta de la cena que ayudaron a preparar; los mayores, el nuevo golpe que han practicado en clase de tenis, o cualquier cosa interesante que leyeron o encontraron en internet. Y que conste a los partidarios de inculcar la disciplina y el orden, que sería obligatorio. Para que aprendan que hay cosas que hay que hacer porque "hay que". Y el que no hubiera aprendido nada, sería "castigado" a elegir qué cosa quiere aprender de las que han traído sus compañeros. Y en mi cole, los profesores también funcionarían con aprenderes. Y la pregunta de los padres a la salida ya no sería ¿tienes deberes?, sino ¿qué has aprendido hoy? (Probad a hacer esta pregunta a vuestros hijos/sobrinos/vecinos en edad escolar. Raro será el que no se encoja de hombros o responda "nada". Incluso cuando hayan aprendido algo.)

sábado, 25 de septiembre de 2010

¿Dónde los perdemos?



Prácticamente desde que empecé en la universidad ha sido mi objetivo principal que los alumnos razonaran. Durante las clases, procuro que se me "escapen" en la pizarra errores para poder discutirlos y para provocar que estén atentos (y no se dediquen meramente a copiar los contenidos), propongo cuestiones abiertas, intento plantear varias soluciones si las hay, o diferentes maneras de llegar a la solución cuando es única. En fin, que persigo despertar el espíritu crítico siempre que puedo y tanto como puedo. Promoción tras promoción, cuando hablo al final del cuatrimestre con esos 6 ó 10 alumnos con los que uno acaba teniendo más confianza me repiten: "Es que nos haces pensar". Y esta frase, así, leída, pues podría significar que consigo mi objetivo. Sin embargo, el contexto en el que la oigo es siempre cuando me cuentan por qué mi asignatura es difícil, o da miedo, o suspenden más. Curiosamente, "mi" asignatura va variando y en las diez o quince asignaturas diferentes que he impartido en estos años, el patrón es obvio: ellos no quieren que les haga razonar y, por lo tanto, yo no consigo mi objetivo, independiente de los contenidos sobre los que quiero que razonen.


Antes de ser madre, ya era docente. En esa época, vivía en mi burbuja de alumnos de 18 a 24 años. Todos entraban más o menos con esa edad y muchos se quedaban algún año más (snif). Desde que voy a los parques por las tardes, he aprendido a ver el aprendizaje (y, con él la educación) como un continuo crecimiento que comienza al nacer. Y es que es obvio para cualquiera que mire a los chavales en los parques que tienen una necesidad continua de aprender. Deseando expandir su vocabulario, copian expresiones unos de otros que, a su vez, han copiado de su entorno. Su curiosidad es imparable y exploran todas las posibilidades que cada parque ofrece. Su gran capacidad de observación, les hace distinguir al niño nuevo o preguntarse por qué fulanito no vino hoy. Con esos ingredientes, el juego se desarrolla cada día igual, pero cada día diferente. Disfruto observando cuando una madre acerca a su hijo que apenas anda al tobogán y le ayuda a subir para explicarle cómo debe sentarse y dejarse caer. Pasado el sustillo inicial, el niño empieza a hacer variaciones sobre el tema y prueba a poner los pies aquí o allá, sujetar o no las manos, saludar desde arriba antes de bajar y, un buen día, el tobogán ya es suyo: se tira de cabeza, con los pies en alto, sube por la rampa y no por la escalera o hace un tren de bajada con los amigos. El tobogán es suyo. Lo ha aprendido. Puede hacer mil y un razonamientos sobre cómo puede usarse un tobogán y ha disfrutado en el proceso. 

Entiéndase ahora que me pregunte por qué mis alumnos no pueden replicar este mecanismo unos años después: Comprender un concepto, hacerlo propio, cuestionárselo y usarlo de la manera que consideren más conveniente. Vamos, que razonen sobre la materia impartida. Lo que me pregunto es en qué momento de nuestra vida perdemos la avidez por los porqués. Mi hijo me pide que le explique por qué las ruedas del coche son cilindros y no esferas (ha sucedido esta misma mañana); mis alumnos quieren saber cómo quiero que me digan que son las ruedas en el examen. Ni siquiera necesitamos discutir si las ruedas son de un tipo u otro. Y si en la pizarra pone que son esféricas, amén. Quiero saber qué/quién/cómo/por qué/cuándo se produce esta transformación. Quiero saber qué/quién/cómo/cuándo intervenir para evitar que suceda. Y si queremos formar adultos que sigan aprendiendo durante toda su vida, más nos vale enterarnos bien a todos, porque no me creo que una vez muerta la curiosidad, podamos revivirla.


(Disclaimer: Me he tomado la licencia de decir "mis alumnos" cuando me refiero a "la mayoría de mis alumnos". Hablo de unas 2.000 personas a estas alturas y, ni puedo generalizar, ni quiero ofender. Por supuesto que en un aula hay de todo y que he tenido alumnos que razonan y que disfrutan aprendiendo igual o más que yo enseñando.)



viernes, 24 de septiembre de 2010

Golpee con la mano abierta

Las siguientes son maneras en que los padres pueden dar una pequeña zurra, sin que esta se transforme en una paliza:
1- Golpee con la mano abierta, nunca con el puño cerrado ni con un objeto (cinturón, cuchara, regla, cepillo).
2- Golpee sólo en las nalgas o en las manos. No golpee ninguna otra parte del cuerpo.
3- Nunca abofetee a su hijo.
4- Dele sólo un golpe ligero. Más que eso es una paliza.
5- No reaccione a partir de su enojo inicial. Sólo puede usar el castigo físico en el momento en el que usted domina perfectamente sus emociones.
6- Nunca lo golpee más de una vez al día.
7- Nunca utilice el castigo físico como castigo para reprimir comportamientos agresivos, tales como golpear, morder, patear o pelear.
8- Nunca golpee a un bebé ni a un niño de más de diez años.
9- Nunca permita que ninguna otra persona golpee a su hijo, ni hermanos ni hermanas ni abuelos ni tíos ni niñeras.
10- Nunca zarandee a su hijo. Eso puede provocar un daño permanente en el cerebro de un niño. Recientes investigaciones mostraron que es frecuente que las sacudidas provoquen efectos traumáticos. Estos efectos pueden llegar a dañar el cerebro y las vértebras cervicales.

Extracto de "Enseñe a su hijo a comportarse. Aprenda a educarlo con amor desde los dos a los ocho años." Por el 'distinguido psicólogo' Dr Schaefer en 1997.

No sé si me quedo sin palabras, o si tengo tantas palabras que podría escribir hasta 10 post sobre el tema. Vamos poco a poco.

Dice la RAE:
zurra:
(1) Castigo que se da a alguien, especialmente de azotes o golpes.
(4) Contienda, disputa o pendencia pesada, en que algunos suelen quedar maltratados.
paliza:
(1) Serie de golpes dados con un palo o con cualquier otro medio o instrumento.

Afirma el autor, supuesto doctor en psicología, que es mejor azotar o maltratar (zurra) que dar golpes (paliza). Supongo que la matización viene por el punto 1, donde se recomienda no usar instrumentos... De hecho, insiste en el punto 4 en los matices, porque más de un golpe ligero es una paliza. Entiendo que le preocupa mucho la tranquilidad del padre amante que sigue sus consejos y sabe que no está dando una "paliza" a su hijo, sino enseñándole a comportarse con amor.

Digno de enmarcar, resulta también el punto 5, donde recomienda que estés en perfecto dominio de tus emociones antes de pegarle al niño. Es fantástico. Se trata de esperar a que se te pase el subidón y, con la sangre bien fría, entonces ya le pegues. ¿De verdad que un padre en "perfecto dominio de sus emociones" podría querer pegar a su hijo? ¿No hay que estar enfadado, perder el control, no saber expresar lo que queremos con palabras u obcecarnos para acabar pegando a otra persona (que, encima, es chiquitita y muy amada)?

El 6, con la dosis justa de violencia, es casi de chiste. No más de una vez al día. ¿Será para que no se acostumbre el niño? ¿o el padre? ¿o que un azote ya le hace 'comportarse' de la manera prescrita hasta el día siguiente?

Y seguimos con el 7, donde aclara que pegar porque el niño ha pegado no es conveniente. Si no quiere subir al coche cuando nosotros queremos, podemos dar un azote. Si ha pegado a su amiguito, entonces no. Sólo se me ocurre que, para intentar eliminar un comportamiento en un niño, es importante que no vea en sus modelos a seguir ese mismo comportamiento. Entonces, como el niño es medio bobo y no ve la falta de coherencia en nuestros actos a lo largo del día, sino sólo en el instante, no pegamos si él pega... pero sólo entonces. Vaya niños ha tratado este 'distinguido psicólogo', que no se enteran de nada y no son capaces de ver más allá del aquí y ahora.

Respecto a no golpear a los mayores de 10 años, supongo que es por si la devuelven, porque no sé muy bien qué cifra mágica es esa. Podría haber dicho como con lo de los cinturones del coche, algo así como que midan más de 1.35, o pesen más de 35Kg. A partir de esas medidas, el niño puede volverse contra nosotros y, como no podemos pegar por haber pegado... a ver qué hacemos para resolver el problema.

Y llegamos ya al "la maté porque era mía". ¿Esta recomendación es porque mi madre no va a saber igual de bien que yo cuándo y cómo dar una "pequeña zurra" a mi hijo? y, si le hago leerse este libro, ¿le puedo ya dar el carnet de pegador?

Termina el decálogo de los horrores con el toque pseudo-científico que todo padre ávido de recetas mágicas para domesticar a sus hijos necesita. El decálogo, como por cierto el resto del libro, tiene cero respaldo científico (y ético y legal...). Sin embargo, al citar aquí una investigación sobre los daños cerebrales o en las vértebras, se recubre todo lo anterior de una pátina que induce al lector a pensar que, si un Doctor en Psicología bien Distinguido lo recomienda, pues será que hay un respaldo científico detrás.

Qué penita, señor, qué penita.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿Por qué tengo que ir al cole?

Sigo con las citas de "What's the point of school?", de Guy Claxton.


The least inspiring myth of all is that young people must go to school because it is against the law not to. Going to school "because you have to" isn't a very compelling reason. It invites you to be behind that desk 'in name only', and to create for yourself alternative activities and reasons for being there -like making and negotiating friendships. It offers no route-map, no clue about where you are supposed to be heading, no understanding of what is expected or required of you, no idea about what 'doing it well' would look like. 


Me encanta cuando la gente es capaz de plantearse preguntas de los hechos cotidianos. Todos hemos oído esta frase de niños. Tarde o temprano, la hemos repetido cuando hemos sido padres. Y mira que me rechinaba decirla. Mira que he intentaba evitarla... Ahora veo mucho más claro por qué mi inconsciente me estaba empujando a "desprogramarme" de lo aprendido, de lo que todos dicen, a buscar una razón de más peso para un niño que el "hay que ir". Como si por el hecho de "ir" ya estuviera todo hecho. Como decía el otro día hablando de otra cosa mi hijo de 4 años: "Eso no es una razón". Si a los 4 ya tienen criterio de lo que es y lo que no es una razón, como para pretender que encuentren convincente y motivador los manidos "porque lo digo yo", "porque todos los niños van" o "porque tienes que ir". Menuda manera de empezar la mañana, ¿no? 

martes, 21 de septiembre de 2010

Cuestionando la inacción

El libro que estoy leyendo ahora tiene muchísima miga y ando marcando algo interesante cada dos por tres. El título es "What's the point of school?", de Guy Claxton. Muy recomendable.

En una de las páginas marcadas dice lo siguiente:

"We have to remember that conventional education is an experiment too -one which we have had good reason, for several decades, to question deeply. The status quo is not safe, and inaction is not a neutral option."

Estamos acostumbrados a que la educación sea lo que es y tenemos un miedo horroroso a experimentar. Bueno, miedo y normativas ministeriales que dejan poco margen a la creatividad y a la experimentación. Nada que se salga del sistema actual se considera aceptable. Pero en este experimento ya llevamos mucho gastado en tiempo, dinero y, lo peor, personas. Y la realidad sigue siendo muy testaruda. Y se empeña en decirnos que nuestro sistema produce jóvenes a los que les cuesta entender un párrafo cuando lo leen, y con serias lagunas en las matemáticas necesarias para su día a día, y que (lo peor de todo) han perdido el interés por aprender. Con ese sistema y sus productos pretende ahora la universidad española entrar en Bolonia y su manido "Life long learning". Snif.

viernes, 17 de septiembre de 2010

La tele en el recreo

El año pasado hablé con el colegio de mi hijo porque los días de lluvia metían a los niños durante el recreo a ver la tele. Pelis de Disney para más señas. La cara de incomprensión de la profesora o de alguna otra madre me hizo pensar que igual no es tan obvio para el resto como para mi que eso es una barbaridad. Si bien tengo claro que en educación -como en la vida en general- hay muy muy pocas verdades absolutas, esta sí que la tengo clarísima: Cualquier juego -y digo cualquiera- es mejor para un niño que ver la tele. Numerosos estudios avalan tanto esta verdad como la contraria (como siempre en educación). De aquellos estudios que hablan de lo enriquecedor que es ver Barrio Sésamo o Blue's Clues (que, por cierto no es lo que están viendo en el cole), se nos suele olvidar mencionar la coletilla de "en ambientes desfavorecidos" o "en lugar de otros programas". Para poner la foto bien clara, si las opciones son poner al niño de cara a la pared sin hablarle, o ponerle la tele, pues será mejor la tele (aunque espero que no se haya hecho ningún estudio sistemático al respecto). Si las opciones son abrir el gimnasio para que corran a su libre albedrío o ponerles la tele, ni el mejor capítulo de la mejor tele educativa (si es que eso existe) puede batir esa media horita de esparcimiento.

No voy a entrar a glosar ahora las ventajas del juego libre ni las perversiones de la televisión. Me basta con plantearme unas cuantas preguntas enlazadas: ¿Cuál es el motivo del recreo? Que el niño descanse de la actividad reglada, que descanse su mente y que se active físicamente. ¿Cuál de estos requisitos cumple ver una película durante la media hora del recreo? Sigue siendo una actividad "a toque de silbato" promovida por el profesor y no por los niños. Sigue siendo una actividad en la que el niño es un sujeto pasivo al que se le embute información (de contenido dudoso). Y, por último, sigue siendo una actividad sedentaria como las que han hecho desde que entraron por la mañana y como las que harán hasta salir. ¿En beneficio de quién se hace esta actividad? Dado que la respuesta a la anterior es que la tele no cumple los requisitos del recreo para el niño, entiendo que el único beneficiario puede ser el otro interviniente: el profesor que vigila el recreo. Ese que no recibe al niño a la salida del cole en un día lluvioso y ve cómo se enfada con más facilidad, o está más revoltoso, o pide ver la tele cuando normalmente no se acuerda de su existencia durante días.

Y se le queda a uno una cara de imbécil tremenda. Porque las tardes de invierno son muy largas. Porque no es fácil inventar todos los días cosas divertidas para hacer juntos. Porque algunas veces uno está cansado. Porque llaman por teléfono. Porque hay que preparar la cena. Porque hay mil motivos y momentos en los que uno tiene la tentación de enchufar al niño a la tele y piensa que sería un descanso. Y entonces se para, cambia de idea sobre la cena de hoy para que sea más sencilla de hacer y pide a su hijo que le ayude a prepararla. O no coge el teléfono o hace una llamada corta. O piensa que ya falta poco para ir a dormir y que ya descansaremos luego. Y se tira al suelo a jugar con los Legos. Y pasan días sin encender la tele y al niño hasta se le olvida que existe... hasta ese día en el que llueve y quien vigila el recreo no se encuentra con ánimos de evitar que los niños se suban a las espalderas del gimnasio (que es el mayor cuidado que me imagino que hay que tener, porque en el juego libre de 100 niños de 3 a 5 años ya no tiene que intervenir el adulto).

¿Por qué tomamos decisiones en educación sin poner por delante las necesidades de los niños? ¿Tan egoistas podemos llegar a ser?

"No la mal acostumbres"

[Vaya este primer post de posicionamiento sobre la crianza dedicado a mi bebota de 1 mes]

Es una costumbre muy arraigada en este país la de opinar sobre los bebés y sus cuidados de manera gratuita. Todos los que hemos paseado con un bebé hemos vivido el "momento semáforo", cuando estás esperando para cruzar y alguien comenta que qué bebé tan mono y que cuánto tiempo tiene. Lo siguiente que uno oye, suele ser un consejo. O que si tiene un granito que se quitan muy bien con aceite de oliva, o que si tiene cólicos lo mejor es el anís, o que si no tendrá frío tan destapadito. Con mi primer hijo aprendí a poner cara de muchísimo interés y de que en cuanto llegase a casa probaría ese método mientras miraba de reojo al semáforo rezando para que se pusiera verde pronto. El hecho de que el comentario suela venir de una mujer, me hace siempre pensar en si entre hombres se dan conversaciones similares: Un señor se compra un coche chulísimo y un desconocido que lo ve a punto de arrancar se acerca a decirle que qué bonito es el coche. Y cuando el dueño está henchido de orgullo, el desconocido comienza las indicaciones: pero espere a que se apague el indicador de los calentadores antes de arrancar, y no vaya a darle acelerones, y más vale que lo guarde siempre en garaje... ¿Por qué será que nunca he presenciado una conversación similar? ¿suponemos las mujeres que las demás no saben cuidar de sus hijos? porque yo sé que lo hacen con buena voluntad, pero ¿no es un poco raro?

En cualquier caso, el motivo de este post es que estos comentarios suelen ir en una misma dirección cuando de educación se trata: disciplínalos desde bien pequeños porque la educación es una guerra que comienza ahora. Empiezo a oír ya a mis vecinos y conocidos (llenos de buenas intenciones) que me avisan de que estoy mal acostumbrando a mi hija porque paso mucho tiempo con ella. Pocos son los que se atreven a decirles a otras madres en los parques que su bebé lleva un rato lloriqueando y que no le han hecho ni maldito caso. Nadie comenta con su vecino que oye a su niño llorar por las noches hasta que el chiquito se duerme desfallecido. Nadie te dice que acunar a tu bebé o llevarlo en una mochila en lugar de en un capazo tiene muchos beneficios. La "mala costumbre" es estar cerca de tu bebé, tenerlo en brazos cuando te necesita, acudir cuando te llama o tranquilizarlo cuando está nervioso. Pues no me da la gana. Ni de "bien acostumbrar" a mi hija y contradecir a mi instinto y al suyo, ni de considerar que su educación es una guerra que sólo una de las dos pueda ganar. Cuando sea mayor, podrá prescindir de mi ayuda en algunas de esas tareas y me lo hará saber. Porque crecer es un estímulo en sí mismo para ella y buscará poder repetir la frase de "yo solita" cuando llegue el momento. Mientras me llame porque me necesita, voy a acudir. Y cuando yo me reincorpore al trabajo y no pueda cogerla en brazos todo lo que quiero, buscaré quien lo pueda hacer por mí. Y sentiré pena aquellas veces en que ni yo ni nadie pueda darle lo que esté necesitando en ese momento, cada vez que llore. Y como esas veces llegan por sí mismas (estás en el trabajo, bañando al otro, tienes un huevo en la sartén, o mil más como esas), me niego a inventarme motivos para negarle a su madre porque sí. Pienso mal acostumbrar a mi hija a que sepa que estoy ahí cuando ella me necesita, a que se sienta segura, protegida y querida. Y si el efecto secundario de todo esto es que ella aprenda a llamarme, aprovecharé para enseñarle a decir "mamá". Con lo bien que suena.

... por cierto, ¿no tendrá algún efecto secundario "bien acostumbrarlos"?

Baturrillo de primeras reflexiones

Es curioso que después de tanto tiempo pensando en empezar este blog y con tantas cosas por decir, me encuentre con la sensación de "página en blanco" de ¿por dónde empiezo?. Y es que hace años que pienso, vivo y practico la educación. Más intensamente desde el nacimiento de mi primer hijo, cuando empecé a vivir el proceso desde el principio y no sólo a ver el "producto" que la educación secundaria estaba dejando en mis manos al comienzo de la universidad.

Algunos días tengo la sensación de que las cosas funcionan, de que conecto con los alumnos, de que existen técnicas/escuelas/ideas/tendencias que pueden ayudar a los chavales en el aprendizaje... pero esos días son muchos menos que aquellos en los que pienso que no estamos haciendo bien las cosas. No ya yo como profesora, ni el conjunto de los docentes, ni los padres, ni el gobierno, ni los gobiernos. Es algo peor. Es la concepción de la educación en sí. Es la sensación de que nos estamos dando cabezazos contra una pared y sólo sabemos ir girando la cabeza para ver de qué lado nos duele menos. Pero no nos cuestionamos lo esencial: ¿cómo dejar de golpearnos?

Por poner uno de mis ejemplos favoritos, en España tenemos un complejo, o un problema, o un problema complejo con la enseñanza del inglés. En los últimos 50 años se han aumentado hasta decir basta las horas de clase de inglés; se ha ampliado el rango de edades para cubrir desde las "guarderías bilingües" hasta las clases de inglés en la universidad; se está sacrificando el aprendizaje de otras materias (en la mayoría de los colegios, las Ciencias Naturales) para insistir con el inglés. Y lo triste es que la mayoría de los universitarios sigue sin saber inglés. Ni pueden sostener una conversación, ni pueden seguir una clase en ese idioma, ni leer un párrafo con cierta soltura. Y lo que yo me pregunto viendo esta triste realidad es si vamos a seguir dándonos contra la misma pared cada vez con más fuerza, o si a alguien se le va a ocurrir en algún momento pararse y sentarse a pensar. Mientras tanto, promoción tras promoción, seguimos insistiendo en la misma idea, en la misma solución (aumentar las horas de algo que claramente no está funcionando) y muchos padres -con la mejor de las intenciones, ojo- ¿matriculan a sus hijos en una academia que, en la mayoría de los casos, sólo sirve para darse aún más fuerte contra el muro?

La cuestión es que no tengo tantas respuestas como preguntas. Y que cuando leo libros con respuestas desconfío. Porque esto de la educación me da que es como internet: uno puede encontrar la demostración de que un método es adecuado y también la de que es desaconsejable con sólo buscar en el lugar correcto.

En este blog pretendo ir escribiendo estas y otras muchas reflexiones para:
1) intentar dejar de dar la tabarra con ellas a mi familia, a mis vecinos y a cualquiera que me cruzo por la calle,
2) centralizar las frases que voy subrayando en distintos libros en un sitio donde las pueda encontrar, y
3) recibir gustosamente los comentarios que queráis hacerme.